Es más que una prenda de vestir: refleja una forma de ser y de estar frente a la naturaleza y con la historia de las manos que las tejen.
El poncho es una prenda ancestral y actual a la vez, que trasciende fronteras geográficas y temporales. Los nazcas y los incas lo usaban para abrigarse y como un objeto preciado en sus ceremonias funerarias; los indígenas que Sebastián Gaboto vio al remontar el río Paraná en 1529 lo usaban; era tejido por mujeres para proteger a sus seres queridos durante las guerras de independencia; es inseparable de la figura del gaucho argentino, y su morfología llegó a las pasarelas de marcas como Yves Saint Laurent, Dior y Burberry.
Un producto artesanal argentino
En 2018, Año Iberoamericano de las Artes y las Artesanías, celebramos que el poncho es el principal producto artesanal de nuestro país: hecho a mano, con procesos y técnicas transmitidas de generación en generación, con materias primas locales y naturales.
El artesano dedica entre uno y cuatro meses a la confección de la prenda, en un proceso que comenzó mucho antes, con la recolección de la fibra de llama, alpaca, oveja, guanaco o vicuña. Para los camélidos, un poncho requiere un kilo y medio de lana, y cada animal rinde aproximadamente 100 gramos, siendo las fibras de la espalda, el pecho y el vientre las mejores.
En la región noroeste de Argentina, por ejemplo, las llamas son esquiladas entre noviembre y diciembre a través de la “señalada”, una ceremonia en la que se homenajea a los animales con cintas de colores y se agradece a la madre tierra por la lana obtenida.
La alquimia de la lana
El proceso de elaboración de hilos de lana es una tarea completamente artesanal. Las fibras obtenidas se limpian, se secan al sol, se estiran hasta formar un vellón y se preparan para ser hiladas a mano, con la ayuda de un huso o rueca de madera similar a un trompo que facilita el proceso. Algunos también han utilizado husos industriales para hilar fibras naturales.
Bandera
El paisaje es esencial para el diseño, ya que los colores de los hilos suelen obtenerse con tintes naturales. Del ceibos (Erythrina crista-galli) se obtiene el rojo, del morera el azul, del molle (Schinus molle), del mikuma el amarillo y del ruibarbo el dorado. También las cáscaras de nuez, la yerba mate, la cebolla, el algarrobo, la creosota o la remolacha ofrecen una variada gama de colores.
Algunos artesanos utilizan el mismo proceso de teñido paciente y secado al sol para sus madejas, aunque utilizan tintes industriales.
Las técnicas de tejido que se utilizan representan a sus comunidades. Los habitantes de las distintas regiones se relacionan con ellos y saben que los ponchos de esas regiones los vinculan al territorio.
Roxana Amarilla, quien dirige el Mercado Nacional de Artesanías Tradicionales Argentinas, caracteriza a algunas de ellas según sus diseños y técnicas de tejido.

El poncho mapuche se elabora en las provincias de la Patagonia y otras regiones con influencia mapuche. Se confecciona en un solo panel, con telar vertical, generalmente con lana de oveja hilada artesanalmente. Los bordes pueden ser trabajados o con la técnica de teñido y tejido (ikat); los colores que se utilizan pueden ser cocolle, ñire o calafate. Algunos artesanos mapuche trabajan con un acabado delicado con flecos enteros y uniformes.
El poncho guarda pampa: es elaborado por artesanos de la provincia de La Pampa, descendientes de las comunidades ranqueles desplazadas; confeccionan ponchos con borde atado, con la técnica ikat que combina el tejido y teñido de un solo panel en lana de oveja.
El poncho de coya: elaborado por artesanos y artesanas de la Puna Roja, es de lana de llama, finamente hilada en pushka o puska, el huso andino. Es ligero y termina en ribete o malla.
El poncho atamisqueño: característico de Atamisqui, en la provincia de Santiago del Estero, se elabora con lana hilada muy fina y se tiñe con colores naturales de árboles de la sierra santiagueña, como el quebracho (Schinopsis balansae) y el algarrobo, o con tintes artificiales. Los bordes están decorados con la técnica ikat, pero también se ribetean con pallado o pallay. Se elabora en telar criollo y consta de dos paneles unidos con una fina costura decorativa u oculta.
El poncho salteño (de la provincia de Salta): se confecciona en telar criollo; consta de dos paneles que suelen unirse con una costura en zigzag llamada quenqo o con una costura en forma de ala de mosca. Es muy representativo de esta provincia y hace referencia a la epopeya de Güemes.
El arte de tejer
Los tejedores tradicionales aprendieron sus técnicas observando a sus mayores, ayudándolos con los acabados o recolectando fruta para el proceso de teñido con elementos de la naturaleza. En muchas comunidades, toda la familia participa en la tarea.
Roxana Amarilla lo describe así: «El patrimonio inmaterial se transmite de generación en generación, pero exclusivamente de esta manera. Por ejemplo, en Valcheta, Río Negro, se transmite entre mujeres, de madres a hijas y nietas, porque es una comunidad de grandes tejedoras que lograron establecer un taller donde se capacitan y perfeccionan su arte. En otros casos, como el de la familia Salvatierra en la provincia de Catamarca, se enseña en el hogar, transmitiéndose exclusivamente de padres a hijos».
A nivel nacional, en el arte del tejido son mayoritariamente mujeres, pero en las provincias de la Patagonia las tejedoras son exclusivamente mujeres porque en la cultura mapuche el arte de tejer en el witral (telar vertical) es una gracia ancestral propia de las mujeres donde sigue viva la génesis de esta práctica.
El telar es donde se tejen los deseos, secretos, alegrías y tristezas de las tejedoras. Es un lugar de encuentro entre lo terrenal y lo divino, de diálogo con uno mismo y con las historias presentes y pasadas de los pueblos que se cuentan mientras se teje la urdimbre. La trama de los ponchos entrelaza ciclos de vida, herencias, sentimientos, recuerdos y miles de relatos que cobran vida cada vez que la usamos.
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